Práctica al aire libre [Libre~]

Era una tarde soleada, la sensación térmica era especial para una caminata, o más aun, para practicar arte marcial en la tranquilidad de la naturaleza. Una de las cosas que le gustó acerca de esta escuela era la extensión de sus áreas verdes, eran especiales para meditar sin que nadie molestase o le interrumpiese en sus asuntos.

-…Aire fresco…- Pensó mientras salía del edificio para dirigirse al bosque, ya podía sentir esa fría brisa que acariciaba su cara, esa atmósfera que se generaba en un ambiente libre de ruidos y gente, que sólo era acompañada por el sonar de las verdes hojas de los árboles, el aliento de la naturaleza.

Así, cargando un bolso en donde llevaba todos los implementos necesarios para practicar kung-fu, la disciplina que más dominaba, y, obviamente, su panda, del cual nunca se separaba, era su único compañero y el que siempre le acompañaba sin importar donde, empezó su andar.

Siguió el sendero que le adentraría al bosque, mientras otros estudiantes pasaban a su lado hacia sus propios destinos, cada vez más escasos a medida que se acercaba a éste. Cuando ya la luz del sol se veía interrumpida por las siluetas de las hojas, se detuvo un momento y dio un gran respiro que hizo sonar su nariz para luego soltar el aire por su boca, en forma de satisfacción. Una pequeña, casi inexistente sonrisa se dejó ver en su rostro, mientras reanudaba el paso para encontrar un lugar perfecto para practicar.

La tierra suelta del sendero sonaba bajo los mocasines de su uniforme, en tanto miraba hacia los lados en busca de algún desvío, pero el sendero era cerrado por el espesor de la arboleda. De pronto, vio una huella que se abría en el pasto que se adentraba por entre ésta. Decidió seguirla. La luz del sol era bloqueada por la infinidad de ramas que se entrelazaban sobre su cabeza, aun así, todo se veía con claridad.

-Este lugar… es hermoso- pensó mientras se maravillaba con la variedad de especies vegetales que podía ver en su camino.

Un par de hojas y varas secas de arbusto sonaban a cada paso que daba mientras con sus manos corría las ramas que dificultaban su vista al andar. Ya llevaba buen rato recorriendo cuando el sendero se abrió ante un espacio abierto, rodeado por pequeños retoños de acacias de color rojo, que batían su incipiente frondosidad al vaivén de la suave brisa, unas cuantas rocas cubiertas levemente por musgo y un tronco que descansaba en el suelo, inerte.

-Al fin...- se dijo para sí cuando hubo dejado su bolso en aquel tronco, después de haber soltado a su querida mascota en el suelo para que corriera por donde se sintiera más a gusto.

Sin ningún pudor, con la confianza de que nadie lo miraba, empezó a cambiarse de ropas. Se sacó el saco del uniforme, el suéter, la corbata y la camisa, quedando sólo con una camiseta ligera blanca sin mangas, ajustada al torso. Un pequeño escalofrío recorrió su cuerpo, el cual correspondió encogiéndose de hombros junto con un leve temblor de su rostro, erizándosele los finos vellos de sus brazos también. Dejó las ropas que se había sacado dentro del bolso que llevaba. Hizo lo mismo con los pantalones y los mocasines. Sacó del mismo un par de pantalones de color beige, medianamente holgados, y se los puso, para luego sentarse en aquel trozo de madera, quitarse los calcetines y cubrir sus descalzos pies con vendas blancas... pudo sentir la humedad de la tierra que pisaba a pesar de que sus pies estaban cubiertos por los vendajes.

Empezó a calentar, pues no quería lesionarse. Estaba por terminar sus ejercicios, cuando un ruido le hizo parar en seco y girarse para descubrir que alguien le había estado observando durante todo este tiempo.

-¿Quién eres?- Le preguntó un tanto fastidiado al extraño que le había sacado de su concentración, sin poder ver bien su rostro, ya que se encontraba oculto por las sombras de unas ramas bajas que se encontraban en el lugar.